El título original, ‘American Made’, de este biopic da unas cuantas pistas para saber por dónde van los tiros a la hora de retratar las desventuras de un personaje más grande que la vida salido de las entrañas de la tierra de los sueños. El libertarismo americano, como forma de vida y forma de pensar colectiva, es la cara y la cruz de un relato que utiliza la historia cercana de Norteamérica para mostrar cínicamente los tejemanejes del intervencionismo de la era Reagan y sus conexiones con los cárteles de Medellín.
En ese meollo aparece Barry Seal, un piloto por vocación que aprovecha su posición para convertirse en una especie de ‘Yojimbo’ (1961) moderno entre dos entes que la película no tarda en ridiculizar. Por una parte los narcos de Pablo Escobar y por otra un servicio de inteligencia americano sin escrúpulos. Sin embargo, en la cara de Seal tenemos a un Tom Cruise, encantado de interpretar a un pillo, tan patán como atractivo, que podría ser un Maverick retirado y decadente. A Doug Liman se le da muy bien sacarle brillo al lado tarugo del actor.
Humor negro y ritmo vertiginoso
El director de ‘Al filo del mañana’ (Edge of Tomorrow, 2014) propone un montaje ágil para exponer el tren de vida de Seal, un personaje imán para los negocios turbios que trata de sobrevivir metiéndose en todo tipo de problemas posibles. Como nuestro personaje tiene cara de Cruise, parece que todas sus actividades ilegales son casualidades caídas del cielo, situaciones que no puede evitar forzado por las circunstancias, haciendo que su historia de moral distante acabe resultando una fantasía de coincidencias como la de ‘Forrest Gump’ (1994).
Un guiño, una sonrisa, una voz en off o un video casero que funciona como martillo de la cuarta pared convierten a Cruise en narrador cómplice, en canallita adorable que nos hace olvidar las crecientes capas de oscuridad de un relato en el que las cosas empiezan de forma tan desastrosa que no es fácil tomarse en serio su estructura típica de ascenso y caída. De hecho, en esa fase de crepúsculo de todas estas películas, Liman se planta y la rechaza.
Justo cuando ese momento de decadencia de toda fábula criminal que recordamos, cuando las cosas se ponen grises y tormentosas, ‘Barry Seal: solo en América’ da un nuevo giro a la historia y esquiva el usual aburrimiento de esos terceros actos y resume la parte amarga en los momentos en los que ya es inevitable. Todo funciona como un tiro. Gracias, sobre todo, a un guión muy bien estructurado que hace olvidar el discutible trabajo de ambientación y el tosco, poco creíble, estilo de inmediatez con cámara en mano de Liman.
¿Crítica al intervencionismo o choque de palmas al neoliberalismo canalla?
En el clásico ‘Buenos muchachos’ (Godfellas,1990), Scorsese exprimía el lado romántico del mundo de la mafia, acabando con una pequeña nota de nostalgia del protagonista, recordando sus días de dinero y libertad mientras suena un ‘My Way’ nada redentor. Scorsese recuperó su épica del ladrón sin escrúpulos en ‘El lobo de Wall Street’ (The Wolf of Wall Street, 2013), la actualización de la anterior al tiempo del neoliberalismo atroz. La nueva mafia está en los despachos, juega con billetes y se aprovecha de la confianza del que está al lado.
A aquella le han seguido ‘El poder de la ambición’ (Gold, 2016), de estructura similar a la que nos ocupa, y ‘Hambre de poder’ (The Founder, 2016), que directamente eliminaba el acto de decadencia para romper la moralina de la fábula y fusionarse con los tiempos que vivimos. Un caldo de cultivo cada vez más propenso a mostrar a personajes reales con pocos escrúpulos como héroes de la clase obrera o modelos de éxito cuyos finales miserables se acaban resolviendo con un guiño al espectador, un choque de manos que indica que, después de todo, el viaje valió la pena.
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