La carrera de Alex de la Iglesia ha venido tomando un camino de baches del que no le parecía fácil salir. Tras un par de obras en las que costaba reconocer al director de 'Perdita Durango' (1996) como ‘La chispa de la vida’ (2011) y ‘Mi gran noche’ (2015), retomó su particular mezcla de género puro y comedia costumbrista en la pringosa y sucia ‘El Bar’ (2016), cuyos ocasionales devaneos con “lo Ozores” no le restaba acidez a su búsqueda del gen que origina el mísero carácter español (al igual que en la reciente ‘Oro’).
Y sí, aunque hubiera mejora, seguía siendo algo que lo distanciaba del gran De la Iglesia, por ello, muchos esperarán que su nueva obra, un remake del exitoso film italiano ‘Perfectos Desconocidos' (Perfetti sconosciuti, 2016) de Paolo Genovese sea una pieza de encargo sin interés, un nuevo proyecto sin personalidad como aquella nadería con José Mota. La sorpresa es que no sólo recupera el mejor pulso del bilbaíno como director, sino que es su obra más redonda desde ‘La habitación del niño’ (2006).
Remake curado ibérico
Aunque en este caso los elementos de género parecen aparentemente alejados de la premisa, ’Perfectos desconocidos’ sigue muy de cerca su molde, con un argumento minimalista que empieza con una cena entre cuatro parejas de entre 45 y 50 años, amigos de toda la vida, que se anima con la proposición de un juego que pone sobre la mesa sus peores secretos: leer en voz alta los mensajes y las llamadas de sus móviles. Por supuesto, hay mucho que esconder.
Es el primer remake de Alex de la Iglesia, y no tiene miedo en seguir todas las pautas del guión a cinco manos de la película de Genovese, porque con unos cuantos cambios y los retoques necesarios al libreto, obra de su inseparable Jorge Guerricaechevarría, encaja como un guante en su filmografía. Ambos adaptan personajes y diálogos al costumbrismo ibérico que tan bien conocen, logrando concebir una gran comedia negra, tremendamente ácida, divertida y mucho, mucho menos melodramática y grave que la fuente.
Aunque en este caso los elementos de género parecen aparentemente alejados de la premisa, ’Perfectos desconocidos’ sigue muy de cerca su molde, con un argumento minimalista que empieza con una cena entre cuatro parejas de entre 45 y 50 años, amigos de toda la vida, que se anima con la proposición de un juego que pone sobre la mesa sus peores secretos: leer en voz alta los mensajes y las llamadas de sus móviles. Por supuesto, hay mucho que esconder.
Es el primer remake de Alex de la Iglesia, y no tiene miedo en seguir todas las pautas del guión a cinco manos de la película de Genovese, porque con unos cuantos cambios y los retoques necesarios al libreto, obra de su inseparable Jorge Guerricaechevarría, encaja como un guante en su filmografía. Ambos adaptan personajes y diálogos al costumbrismo ibérico que tan bien conocen, logrando concebir una gran comedia negra, tremendamente ácida, divertida y mucho, mucho menos melodramática y grave que la fuente.
Da la impresión de que la idea original es el esqueleto y que, como tantas series, se podría adaptar la misma historia en cada país y en cada uno de ellos tendría un sabor diferente, un estilo propio que reflejara las idiosincrasias de cada región. La prueba es que si nos dicen que la película no es un remake, pensaríamos que estamos ante un Álex más maduro y contenido, pero que ha salido directo de su lavadora mental, cambiando totalmente el tono de la original.
'Perfectos desconocidos': esperpento y eclipses de sangre
Con algunos ajustes y mucha más retranca, esta versión está menos interesada en el predecible dramón de vidas secretas y revelaciones como en el impacto cómico de las reacciones de los personajes a estas, y en realidad utiliza la excusa del móvil como catalizador para destapar, de nuevo, las entrañas de esa “España cuñada”, ahora frente a la tecnología, y elevando las pulsiones incontrolables hacia la tragedia teatral e incluso el thriller.
El grueso del avance frente a la italiana es su sentido del ritmo, el timing cómico y la sencilla pero eficiente planificación de una conversación a siete. Pero si todo funciona, es gracias a sus actores en estado de gracia, con unos sublimes Belén Rueda y Eduard Fernández y un Ernesto Alterio perfecto como españolito grimoso. Noriega se atasca algo más que el resto, pero hay que reconocer que el casting para su personaje no podía estar mejor elegido. Todo fluye y sobre todo, hace reír encadenando golpes puramente Guerricaechevarría, quien le ha dado el tasbasco que faltaba.
La reflexión sobre la identidad, la privacidad y la doble vida está perfectamente encajada en el carácter hispano, pero lo que realmente destaca de esta película es que muestra a un De la Iglesia que no se despeina en hacer una obra de suspense puro en lo que debería ser un drama. La banda sonora elegida es de tensión, casi inquietante a veces, y deja el aroma de estar ojeando un cómic de Pedro Vera rodado por Hitchcock. Y además de su exquisita misantropía, el vasco nos regala un toque de fantástico tan inesperado como efectivo.
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