La editorial Sudestada continúa promocionando Compañero Raymundo, el libro escrito por Juana Sapire y Cynthia Sabat, sobre la figura de Raymundo Gleyzer y la experiencia del grupo Cine de la Base. La publicación de este libro constituye un aporte de gran valor a la historia del cine político argentino, y a la identidad cultural y audiovisual latinoamericana.
A través del testimonio en primera persona de Juana Sapire, esposa de Raymundo Gleyzer, y de un minucioso trabajo de investigación y reconstrucción histórica, Compañero Raymundo sigue los pasos de Raymundo desde su crianza en el seno de una familia judía progresista de actores (fundadores del teatro IFT), hasta los últimos días antes de su secuestro, apenas llegado de un viaje a los Estados Unidos. Pero las autoras, además, se preocupan por reconstruir los momentos posteriores a su desaparición, y la búsqueda desesperada en la que se embarcaron sus seres queridos y las organizaciones de derechos humanos por rescatarlo de las garras de la dictadura.
El libro cuenta con valiosos testimonios inéditos, pero también con documentos que por primera vez ven la luz y que ayudan a completar, o a intentar completar, ese complejo rompecabezas que es la experiencia humana. Raymundo Gleyzer, hombre, padre, militante, cineasta revolucionario, víctima del terrorismo de estado, y finalmente mito e inspiración para las nuevas generaciones.
Sobre Compañero Raymundo
El proyecto de escritura de este libro nació a fines de 2010, cuando Juana Sapire viajó desde Nueva York a Buenos Aires para testimoniar por primera vez por la desaparición de su marido, Raymundo Gleyzer. Se presentó en los tribunales de Comodoro Py, en el marco de la causa por el Centro Clandestino de Detención El Vesubio, último destino conocido de Gleyzer tras su secuestro, en mayo de 1976. En esa ocasión, la periodista Cynthia Sabat acompañó a Juana a dar su testimonio, y estuvo junto a ella en todo el proceso. En esos días surgió su propuesta de escribir un libro que plasmara por primera vez su visión de la historia vivida junto a Raymundo y el grupo Cine de la Base.
Cynthia viajó a Nueva York dos veces, en febrero de 2011 y en enero de 2014, y convivió con ella para registrar su testimonio. Allí conserva y preserva el rico archivo de Raymundo, que contiene las fotos que ilustran este volumen y documentos tales como cartas, guiones, contratos de distribución y notas periodísticas que se han utilizado como fuente para la presente investigación, parte de los cuales se han transcripto en forma textual. Se trata de un material valiosísimo que por primera vez es publicado en formato de libro.
Este trabajo fue enriquecido con los testimonios de familiares, amigos y compañeros de Raymundo que compartieron momentos clave de su vida y su obra.
Sobre Raymundo Gleyzer
Nació en Buenos Aires en 1941. Creció en el seno de una familia de actores de origen judío, y de joven se interesó en la fotografía y en la política. Estudió cine en la Escuela de Bellas Artes de La Plata, y dejó los estudios para viajar al nordeste brasileño a filmar su primer cortometraje, La tierra quema (1964). Trabajó como cronista y camarógrafo para el noticiero Telenoche de Canal 13, programa para el que produjo entre otras Nota sobre Cuba y Nuestras Islas Malvinas (elegida como el impacto periodístico del año 1966).
Dirigió films etnográficos, como Ceramiqueros de Traslasierra (1965) y Pictografías del Cerro Colorado (1965). Trabajó junto a Jorge Prelorán en Ocurrido en Hualfín (1966) y, tras varios años de viajes por Europa, llegó a México para filmar su primer largometraje: México, la revolución congelada (1971). El documental fue prohibido en la Argentina, y logró estrenarse recién en 1973. Su compromiso político lo llevó a unirse al PRT-ERP, partido enrolado en la izquierda revolucionaria que se identificó con los ideales de la Revolución Cubana. En 1971 dirigió Swift, comunicado filmado de una acción exitosa del partido que tomó estado público: el secuestro del cónsul inglés y su canje por comida y mejores condiciones laborales para los trabajadores del frigorífico. Más tarde dirigió Ni olvido ni perdón, film urgente sobre un hecho que marcó simbólicamente el comienzo del terrorismo de Estado en la Argentina: la fuga del penal de Rawson y la Masacre de Trelew, el 22 de agosto de 1972.
Raymundo Gleyzer creó el grupo Cine de la Base como forma de “colectivizar la inteligencia”. Conformado originalmente por Juana Sapire, Alvaro Melián, Nerio Barberis, Alberto Vales y Jorge Santa Marina entre otros, el grupo produjo su película más ambiciosa: Los traidores (1973). Se trata de una ficción basada en hechos reales que disecciona el funcionamiento de la burocracia sindical a través de la transformación de un líder obrero en un sindicalista corrupto. La película que desafiaba los tabúes políticos de la época fue exhibida en festivales internacionales, pero proyectada en condiciones de clandestinidad en sindicatos, fábricas, comedores y barrios humildes. Hoy es considerada como una obra cumbre del cine político latinoamericano.
En 1974 el grupo filmó Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan, sobre la huelga obrera en la fábrica INSUD, donde los trabajadores morían por contaminación por plomo en la sangre. Gleyzer ya era considerado internacionalmente como una de las voces más innovadoras y comprometidas del movimiento de cine militante latinoamericano que surgió en el continente en los años 70. El 27 de mayo de 1976 fue secuestrado en Buenos Aires por la dictadura militar, y llevado al campo de detención El Vesubio donde fue torturado. Aún hoy continúa desaparecido. En 2011 y 2014 los juicios contra El Vesubio culminaron con la sentencia a sus responsables tras 35 años de impunidad.
Los miembros de Cine de la Base se exiliaron en distintos países; parte del grupo que se refugió en Lima, Perú produjo junto a Jorge Denti Las AAA son las tres armas (1977). La Alianza Anticomunista Argentina (conocida como la Triple A) fue una organización paramilitar que se dedicó al secuestro y asesinato de militantes populares. A partir del golpe de estado de 1976 los militares argentinos superaron ampliamente esta modalidad represiva, “desapareciendo” a más de 30.000 personas. En esta trágica lista se encuentra el periodista y escritor Rodolfo Walsh, quien 24 horas antes de ser secuestrado publicó la Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar, en la cual se basó el film.
JUANA SAPIRE nació en Rosario en 1943. Estudió en la ACE (Asociación de Cine Experimental) y, tras conocer a Raymundo, lo acompañó en los rodajes de Ceramiqueros de Traslasierra (1965) y Pictografías del Cerro Colorado (1965). Se casó con él en 1966, y luego emprendieron un viaje de más de dos años por Europa, donde lo asistió en el sonido y en la cámara en sus notas para Telenoche. Trabajó como sonidista en México, la revolución congelada (1971). En 1972 nació su hijo Diego. Se unió al PRT-ERP junto a su compañero y colaboró en sus films posteriores, generalmente encargada del sonido. Integró el grupo Cine de la Base y trabajó como asistente de producción en Los traidores (1973). Tras el secuestro de Gleyzer se exilió junto a su hijo en Perú, y luego en Estados Unidos. Actualmente vive en Nueva York, y se ocupa de mantener vivo el legado de Raymundo.
CYNTHIA SABAT nació en Buenos Aires en 1971. Es periodista, poeta, productora de TV e investigadora. Fue editora de sitios webs dedicados al cine, y dirigió el diario oficial del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata durante tres años. Trabajó como productora del área de cine de Canal (á), y fue editora de la revista Haciendo Cine. Participa como jurado en festivales y dicta seminarios de periodismo, crítica de cine, apreciación cinematográfica y estrategias de comunicación para películas independientes. En 2012 debutó como realizadora con el film Fuego eterno, estrenado durante el 27° Festival Internacional de Mar del Plata. Compañero Raymundo es su primer libro de investigación.
Compartimos un adelanto del libro Compañero Raymundo.
INTRODUCCIÓN
El sábado 29 de mayo de 1976 por la mañana sonó el teléfono en lo de Greta Gleyzer. Era Alicia, la señora que limpiaba la casa de su hermano. Estaba muy alterada. “¡Señora Greta! ¡No sabe lo que pasó! Entraron ladrones a la casa del señor Raymundo ¿Él no volvió de viaje todavía, no? Entré al departamento, y se llevaron todo, no quedó nada. Rompieron la puerta de una patada y se llevaron hasta la ropa. Lo que no pudieron llevarse, lo rompieron”. Greta le preguntó si se había fijado bien que Raymundo no estuviera desmayado, y le contestó que él no estaba por ningún lado. Alicia también le contó que le causó tanta impresión llegar a cumplir con su tarea habitual y encontrarse con tremendo desastre que le tocó el timbre a una vecina y le pidió una silla y un vaso de agua. La vecina la atendió, y además le contó que había visto movimientos extraños. Un grupo de hombres había salido de allí cargando bultos, ropa, alfombras, de todo. Ella, curiosa de esa actividad extraña en el edificio, le había preguntado amablemente a uno de esos señores si el joven que vivía en ese departamento se mudaba. El hombre le contestó tajante: “Sí señora, y aquí hay mudanza para rato”.
Raymundo había vuelto seis días antes de los Estados Unidos. El fin de semana largo del 25 de Mayo, Greta y su marido, Benjamín, habían aprovechado el feriado para tomarse unas vacaciones en Mar del Plata. Ray había avisado que llegaba, por lo que le pidieron a un amigo de confianza que lo fuera a buscar a Ezeiza. Cuando regresó de viaje, su hermana lo llamó a la casa y habló con él. “Decile a Benjamín que le traje un chiche que lo va a volver loco. Traje un contestador automático. Cuando llames la próxima vez, te va a contestar el contestador”. Raymundo estaba entusiasmado: había traído de Nueva York la nueva maravilla de la tecnología que permitía grabar mensajes de voz cuando alguien llamaba a una casa y el dueño no estaba. Lo conectó. Cada vez que uno lo llamaba contestaba la voz grabada de Ray. Greta llamó varias veces a pedido suyo para probar el chiche. Un par de días después el contestador ya no contestaba. Nadie contestaba. Algo raro había pasado.
Ray me había dejado a Diego unos días antes, y me había aclarado que ya no lo llamara a su casa porque estaba viviendo en otro lado. Días después lo esperé para retirar a Diego, como habíamos acordado, y no vino. Era algo muy extraño en él porque era muy considerado e incapaz de dejar a alguien plantado, por el motivo que fuera. Yo había combinado con una amiga para ir al cine. La llamé a Greta para saber si había tenido noticias de él, y ella me dijo que no, y que le extrañaba que su contestador ya no estuviera conectado al teléfono. Presentí lo peor. Quedamos en encontrarnos al otro día con la esperanza de que Ray diera señales durante la noche. Al día siguiente teníamos un turno con una fonoaudióloga para Diego en el Hospital de Niños. Greta se reunió con nosotros allí, y supimos que algo muy malo había sucedido. Teníamos que tomar precauciones.
Como en tantas otras oportunidades, Raymundo había viajado a Nueva York, en el mes de marzo. Viajó para tratar de cerrar un contrato de trabajo con Naciones Unidas, para intentar cobrar una deuda de su distribuidor y para ocuparse de otros asuntos laborales. El golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 no era algo inesperado. Los Susman habían tratado de convencerlo por todos los medios de que no volviera a la Argentina. Bill, que además de su productor era como un padre para él, le dijo que ese no era momento para volver, que prometía conseguirle trabajo allá. Prometía también llevarnos a mí y a Diego. ¿Entendía Raymundo el peligro que correría al poner un pie de vuelta en la Argentina del golpe? ¿Comprendía la gravedad de la situación, la brutalidad en la que se sumergía el país bajo el dominio de la Junta Militar? Bill y Raymundo sabían lo que había sucedido en Chile tras el golpe de Estado en 1973. Bill estaba convencido de que el golpe sería igual o peor en la Argentina. “No vuelvas, la gente está desapareciendo”, le advirtió Susan, la hija de Bill y su buena amiga. Raymundo respondió decidido: “Voy a volver y voy a ser cuidadoso”.
El jueves 27 de mayo Raymundo almorzó en lo de Sara, su mamá, y estuvo con ella hasta las cuatro de la tarde. Sara le pidió que no se expusiera tanto, que bajara el perfil y se escondiera por un tiempo, porque las cosas se habían puesto realmente peligrosas. “Vas a sonar como arpa vieja, hijo”, le dijo Sara, con esa sabiduría digna de una idishe mame. En ese mismo momento, en la puerta del edificio de Francisco Acuña de Figueroa 828 había estacionado un auto de la policía con cuatro personas adentro. Uno de ellos se acercó al portero y le preguntó si sabía algo de un tal Raymundo Gleyzer. El portero, que se llamaba Aldo, le dijo que allí vivía la madre, pero que hacía mucho que no lo veía, que él nunca iba por allí. Se quedaron un rato más, vigilando. Después, el auto desapareció. Raymundo salió de lo de Sara y pasó por el Sindicato de la Industria Cinematográfica Argentina (SICA), para sacar un turno médico en la obra social. Se subió a su Renault 12 y se fue de allí. Nunca más se supo de él.
A mí Raymundo me enseñó a vivir. Y me enseñó también que hay que hacer lo que hay que hacer. Eso es lo que siempre decía. Cuando entendí que lo habían secuestrado, torturado y desaparecido, me dije “perdimos como en la guerra”. Perdimos. Se terminó. Él era inteligente, lúcido, siempre lograba lo que se proponía. Era persuasivo, trabajador, jamás dejaba de lado sus ideales. Era leal hasta la médula. Si lo desaparecieron a Raymundo, perdimos. Eso pensé.
Greta había tenido una conversación con su hermano antes de su viaje, cuando el golpe se veía venir y el clima del país se enrarecía peligrosamente. Ella había tratado de convencerlo de que depusiera su actitud “ultra”, y le aconsejó que no estuviera tan en contra de los cambios que se venían, y específicamente de la figura del general Videla. Le dijo que la situación del país era un caos y que esta gente tal vez venía a poner el orden que la sociedad demandaba. “Vos no entendés nada. Esto es lo peor que puede pasar. No tenés idea de quién es Videla y de lo que hizo en Tucumán”, le contestó.
Cuando Ray fue a tomar el vuelo que lo llevaría a Nueva York tenía miedo. El temor era que lo detuvieran. Por eso le pidió a su mamá que fuera a la terraza de Ezeiza y se asegurara de verlo subir al avión. Minutos después Raymundo subió la estrecha escalerita, buscó a Sara con la mirada, le sonrió y la saludó con la mano antes de perderse dentro del avión.
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