“Retablo”, ópera prima del director peruano Álvaro Delgado-Aparicio, se presentó con éxito en el último Festival de Berlín, como parte de la sección Generation, dedicada a películas con jóvenes como protagonistas de sus historias.
La cinta, que ya se había estrenado en competencia en el último Festival de Lima, nos cuenta la historia de Segundo (Junior Béjar), un adolescente aspirante a retablista, quien le sigue los pasos a su padre Noé (Amiel Cayo), un maestro retablista: su estrecha relación se pondrá a prueba una vez que se revele un secreto. La historia reflexiona sobre la homosexualidad dentro de un sistema patriarcal andino, algo que va en contra de las tradiciones de una comunidad en los Andes, en Ayacucho.
“Retablo” se hizo acreedora de dos reconocimientos en el certamen europeo: una mención honrosa del jurado joven Generation 14plus y el L’Oréal Paris Teddy, premio queer oficial a la mejor ópera prima.
Tuve el placer de poder conversar con el director de la cinta, quien estuvo presente en la Berlinale junto al director de fotografía Mario Bassino, la productora Enid Campos y los actores Amiel Cayo y Justo Béjar.
¿Cómo es que te inicias en el cine?
Yo no he estudiado cine, yo soy psicólogo organizacional. Mi pasión siempre ha sido el cine y desde muy chico, como hobby, escribía guiones. Aprendí a escribir guiones, porque me compraba DVD y comenzaba a ver la película, le ponía pausa, leía el guión y así. Imagínate hacer eso con cien películas, algo comienzas a aprender. Un día, decidí tomarme tres semanas de mis vacaciones de trabajo para filmar algo, y así comencé a hacer mi primer corto y luego el segundo. Para esta película, me tuve que retirar de mi trabajo por un año, porque tenía que mudarme a Ayacucho, buscar locaciones, hacer el casting. Un año y tres meses ha tomado todo el proyecto, entre la preproducción, las 6 semanas de rodaje y la edición.
Cuando te tomaste tu año sabático para hacer la película, ¿ya tenías el guión listo?
El guión ha ido mutando en el tiempo. Una primera versión se llamaba “El Retablo de los Sueños”. En el instituto de Sundance, donde tenía 12 mentores por 3 semanas para trabajar el guión, me di cuenta de que en la película exploraba una relación compleja, en la que la dependencia es más fuerte que el deseo de buscar la libertad. Tuve que reescribir todo el proyecto desde cero, cambiar la trama y los personajes, y lo único que quedó fue la palabra “Retablo”. Desde ese momento, me metí en un proceso muy bonito junto a Héctor Gálvez, en el que le dimos vuelta al guión.
¿De dónde surge la idea de hacer esta película?
Desde mi primer corto, siempre me han interesado las dinámicas familiares, porque descubrí algo importante: cuando uno idealiza a alguien, especialmente a un padre o a una madre, y no termina siendo como lo habías imaginado, uno se queda con un hueco. Desde ahí, lo complejo es aceptar a la otra persona por lo que es realmente. Y me interesó plantear esta pregunta en espacios diversos.
Por mi trabajo, estoy mucho con las mineras, donde me he hecho amigo de muchos operarios. Uno de ellos me introdujo al mundo de los retablos y me hizo visitar a un primo suyo que trabaja como retablista, así que de ahí arranca toda la inspiración para la película.
Los retablos siempre me han fascinado, porque son retratos de vida. Con Mario Bassino, director de fotografía, hablábamos del retablo como un portal, que te lleva a diferentes momentos. Es una herramienta folclórica muy bonita, que no solamente retrata una realidad, sino que también puede repararla, y el cine hace eso también. Entonces quería hablar de los temas que me interesaban en el mundo de los retablos y para eso nos fuimos a Ayacucho, a investigar y entender mejor el contexto. Creo que es una película con muchas capas: una de ellas es la sexualidad, pero también habla sobre el conflicto entre la tradición y la modernidad.
Antes de ver la película, siento que al leer a los críticos que ya la habían visto, siempre hablaban sobre la homosexualidad. Y es cierto que es el conflicto que más queda.
Sin duda, es una historia de amor. Claro, hay un tabú, pero hay muchos otros tabús también que se desarrollan en la película. A veces es bien fácil resumir la película en una sola idea, pero yo quería trabajar la complejidad del ser humano, que se puede trasladar a cualquier cultura.
La película está principalmente hablada en quechua. ¿Cómo fue el proceso de grabarla de esa manera?
Fue un proceso bien interesante. La película originalmente no iba a ser grabada en quechua, sino en español, ya que el guión estaba escrito así. Pero pasaron dos cosas. Primero, cuando Magaly Solier entró al proyecto, me preguntó: ¿por qué no lo haces en quechua? Tenía miedo, era mi primera película. ¿Cómo íbamos a hacer eso logísticamente? Yo no hablo quechua. De ahí, cuando comenzamos a ensayar con Amiel y Junior, su lengua materna es el quechua. Se me ocurrió pedirles que lo hagan en quechua en el ensayo y descubrimos una complicidad especial que era muy auténtica para la película. Ahí fue que decidimos probar. Nos conseguimos un intérprete increíble, que nos acompañaba todo el día. Era un riesgo adicional, ya que estábamos grabando fuera de Lima, en condiciones de altura, con una serie de desafíos, y encima meterle el tema del quechua. Pero era necesario, porque yo quería encontrar algo auténtico posible. Además, luego nos dimos cuenta que casi todos nuestros actores secundarios hablaban quechua. La película nos llevó a eso.
¿Cómo fue dirigir a tus actores, sin entender lo que estaban diciendo?
Lo interesante del quechua es que es bien poético, no es como la traducción del español al alemán, por ejemplo. Las palabras son bien subjetivas. Siempre hacíamos primero la escena en español y de ahí dejábamos libres a los actores para que lo hagan en quechua: luego le preguntábamos al intérprete si es que se había perdido lo que se quería decir en el guión o no. A veces ellos aportaban más y alimentaban al guión, y a veces sí se olvidaban de alguna parte importante y teníamos que empezar de nuevo. No fue un proceso lineal: fue un proceso desordenado, pero que nos llevó a las emociones que queríamos contar.
¿El uso del quechua alargó el proceso?
No el rodaje, pero sí la edición. Nosotros habíamos calculado que las escenas duraban cierto tiempo, pero cuando filmas en quechua se van agregando más palabras, por lo que el timing es un poquito más largo.
Ahora que la película está terminada, ¿cómo va el camino hacia la distribución?
Justamente el concurso de distribución de la DAFO es en marzo/abril y vamos a postular. Espero que ganemos, para poder estrenar este año, sino ya veremos estrenarlo el siguiente. En paralelo, ya hemos calificado para muchos otros festivales, que pronto vamos a anunciar en nuestra red social, y hemos firmado con un agente de ventas aquí en Berlín, que se va a encargar de distribuirla fuera del Perú. Nos morimos de ganas por estrenar en el Perú, no sé si en agosto o setiembre, nos encantaría, ese es un poco el objetivo.
¿Cómo ha sido la experiencia en el festival?
Ha sido increíble. Porque uno siempre espera lo mejor para su película, es como tu bebé. Estar en la Berlinale es un sueño hecho realidad para todos: nos han tratado súper bien, el estreno ha sido emocionante. Además de que la hemos visto en una sala increíble: yo pensaba en el editor de sonido, por ejemplo, por la cantidad de parlantes que había en la sala, podías escuchar hasta las moscas de las escenas. Una sala donde podías ver todo el trabajo de fotografía de Mario: los colores, los encuadres, los detalles, que siempre los trabajamos desde la preproducción, pero que a veces por la calidad técnica de la proyección no te das cuenta de mucho. Además de la audiencia: había mil ciento diez personas, todos conmovidos y aplaudiendo al final de la proyección. Estoy muy agradecido con esta experiencia.
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